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¿Cómo manejamos una relación cuando la libido de uno es más baja que la de su pareja?

Tener diferencias en el deseo sexual dentro de una relación es común. De hecho, la mayoría de las parejas atravesarán por esto en algún momento. Lo que no es tan común es que sepamos cómo manejar estas diferencias sin caer en frustración, rechazo o resentimiento. En lugar de ignorarlo o asumir que es una señal de que algo anda mal, este texto ofrece una guía clara y práctica para navegar esa brecha con respeto, comunicación y conexión.


Una de las claves más importantes es hablar de sexo con regularidad. No basta una conversación esporádica o cuando la situación ya está tensa. Hablar de sexo debe ser tan frecuente —o más— que tener sexo. Es en esos espacios de calma, sin carga emocional ni frustración acumulada, donde se puede negociar, ajustar expectativas y mantener viva la conexión íntima.




A menudo, asumimos que “el sexo real” se ve y se siente de una sola manera. Este guión rígido puede limitar el deseo. Preguntar a tu pareja si está disfrutando del sexo, si siente placer, si el tipo de sexo que practican le motiva a seguir queriendo, puede abrir puertas. También es útil repasar los encuentros pasados que fueron placenteros. ¿Qué los hizo buenos? ¿Qué elementos necesitan estar presentes para que el sexo se sienta satisfactorio? Esto incluye cuestionarse cómo cada persona define el sexo. ¿Es solo penetración o también incluye caricias, sexo oral, masturbación mutua, juegos eróticos? Ampliar esa definición puede abrir nuevas posibilidades y aliviar la presión de que el deseo debe manifestarse de cierta forma específica.


Si hablar de sexo resulta incómodo, será difícil crear experiencias sexuales satisfactorias. Es importante preguntarse qué hace difícil la conversación: ¿vergüenza? ¿desconocimiento? ¿miedo al rechazo? Empieza poco a poco. 


También es útil reflexionar sobre si prefieren sexo frecuente o menos frecuencia pero con más conexión y placer. ¿Qué tipo de encuentros los deja realmente satisfechos? ¿Vale más la frecuencia o la profundidad del momento compartido? Eso lleva a otra conversación necesaria: las expectativas. ¿Qué espera cada uno del sexo? ¿Son realistas y justas? ¿Colocan presión en la pareja? Ideas clave a tener en cuenta: tu placer es tu responsabilidad; nadie te debe sexo; un “sí” solo es válido si el “no” también lo es; el deseo no siempre es espontáneo, muchas veces hay que cultivarlo con intención y cuidado; y si no tienes ganas, está bien, honrar tu no también es saludable.


También hay que considerar cómo se inicia el sexo. No todas las personas responden igual a una insinuación. Algunas necesitan sentirse deseadas, otras requieren conexión emocional previa. Algunas prefieren saberlo con antelación; otras, en medio de un momento íntimo. Saber esto puede cambiar la forma en que el sexo se inicia y mejorar el ambiente para ambos. Si el deseo no coincide, puede ser útil negociar alternativas. Tal vez no haya ganas de una sesión larga con penetración y orgasmo, pero sí de un masaje, unos besos, ver o leer algo erotico o acariciarse sin presiones. Encontrar actividades sexuales intermedias puede ayudar a mantener la conexión sin que nadie sienta que está forzándose.


También es necesario preguntarse qué está pasando fuera del dormitorio que pueda estar influyendo en el deseo. Estrés, fatiga, ansiedad, problemas de salud mental, preocupaciones laborales, conflictos sin resolver, sentirse sobrecargado o desconectado emocionalmente… todo esto puede afectar el deseo sexual. En lugar de asumir que “ya no le atraigo” o “algo anda mal conmigo”, es importante explorar estas variables con compasión y curiosidad.


Cuando uno de los dos no quiere sexo, eso no tiene que significar desconexión total. Tal vez lo que se busca con el sexo es sentirse querido, valorado, aliviar el estrés, compartir intimidad. Es posible satisfacer esas necesidades de otras maneras: compartiendo una actividad, abrazándose, viendo una película juntos, cocinando, saliendo a caminar o simplemente teniendo una conversación íntima. Esto puede reducir el sentimiento de rechazo y fortalecer el vínculo.


Es fundamental que cada persona pueda expresar cómo se siente. Guardarse las emociones solo complica el panorama. Está bien sentirse frustrado si el otro no está disponible sexualmente. Lo importante es poder compartirlo sin culpas, sin dramatismo, con honestidad emocional. ¿Qué necesitas en ese momento para sentirte mejor? ¿Un abrazo? ¿Espacio? ¿Tiempo para ti? Aunque tu pareja no sea responsable de tus emociones, puede ayudarte creando un espacio seguro donde puedas ser tú mismo.


Otra idea clave es que si quieren que el sexo siga siendo parte de su relación, debe haber intención. Eso no significa agendarlo con rigidez, pero sí prestarle atención. No basta con “esperar a tener ganas”. El deseo no siempre aparece de la nada. A veces hay que crear el ambiente, conectar con el propio cuerpo, buscar estímulos que activen el interés. Y si después de eso, igual no tienes ganas, también está bien. Lo importante es haberlo intentado con autenticidad.


Por último, si hay problemas persistentes con la intimidad sexual, conviene revisar otras áreas de la relación. ¿Se sienten emocionalmente conectados? ¿Hay confianza? ¿Expresan afecto físico en el día a día? ¿Pueden hablar de sus emociones sin miedo? Si hay resentimiento, conflicto sin resolver, o falta de conexión en otras áreas, eso también puede bloquear el deseo. Mejorar esas áreas puede hacer que el sexo fluya de manera más natural y libre de presión.


Navegar una relación donde los niveles de deseo sexual no coinciden no es fácil, pero sí posible. Requiere comunicación honesta, empatía, autoconocimiento, flexibilidad y compromiso de ambas partes. No se trata de tener más sexo, sino de tener mejores encuentros y una relación más consciente y respetuosa, en la que el deseo —sea alto, bajo o variable— tenga un lugar válido.


 
 
 

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